domingo, 28 de julio de 2013

Peripatéticos ecológicos: el plan de becarios que soñé (No. 1, agosto 2000)

En Universum estamos en época de recibir nuevos becarios, jóvenes estudiantes ávidos de saber que vienen a nosotros llenos de esperanza. Yo soy relativamente nuevo en esta dependencia y nunca he hecho un plan de becarios, de modo que consulto con mis compañeros, avezados tutores que llevan en la piel (y en la psique) cicatrices de pasadas batallas.
—¿Qué hago con los becarios? Es que, verás, yo siempre trabajo solo y… –empiezo.
—Pues puedes hacer muchas cosas –me informan.
Bien, muchas gracias. Me regreso a mi oficina a devanarme los sesos. Pienso: si se trata
de enseñarles…
A mí los salones de clase nunca me parecieron el lugar ideal para aprender. Yo aprendí más platicando con mis amigos en el Sanborn’s de Perisur que en algunas clases. Me imagino lo bien que se la deben de haber pasado Sócrates y sus discípulos, platicando de todo sin preocupaciones, fuera de las estrictamente sesudas y doctas. En ese instante me ilumina la musa: ya sé cómo trabajar con mis becarios.
En el caso ideal serían cuatro o cinco. Nos pondríamos togas (quizá con el logo de Universum) y ramitas de laurel, luego escogeríamos un bonito olivar, de preferencia cerca de Atenas, y daríamos largos paseos platicando. Ellos me harían preguntas, anteponiendo o posponiendo un “oh, maestro” lleno de reverencia y admiración:
—Oh, maestro, ¿qué es la naturaleza?
O bien:
—¿Qué es la naturaleza, oh, maestro?
A lo cual yo podría responder:
—La naturaleza, Fedón, es esa cosa verde que se extiende más allá de nuestras ciudades. Se caracteriza por estar llena de plantas y de bichos variopintos. Los bichos son como los chiles rellenos: algunos pican y otros no. Las plantas se pueden clasificar en las que se comen y las que no. En el mar hay unos peces que quedan buenísimos al mojo de ajo.
Si lo del olivar ateniense no es posible (y preveo ciertas objeciones), se puede sustituir por la Senda Ecológica, pero lo de las togas es indispensable para dar ambientación. Podríamos
llamarnos “los peripatéticos ecológicos” e invitar a los visitantes a caminar y filosofar con nosotros. Si nadie aprende nada, por lo menos contribuiríamos a hacer la visita a nuestro museo más memorable con una buena dosis de colorido.
Sí, eso es lo que voy a proponer.

No me agradezcan (No. 3, octubre 2000)


Lo bueno de los museos de ciencias es que
no hay peligro de quedarse sin tema para una
nueva exposición, una nueva sala o un nuevo
equipamiento. Lo malo es que por lo mismo
nunca serán completos. En Universum no tenemos
todo ni lo tendremos, pero vale la pena
aspirar a la “completez”, como decimos los
físicos sin ninguna consideración hacia el idioma
español. Con el elevado objetivo de ayudar
a no dejar cola que nos pisen y lleno de
un celo altruista y desinteresado, me pongo a
pensar, dispuesto a compartir mis ideas con
todos ustedes sin pedir nada a cambio. No,
no hace falta que me den las gracias. Lo hago
desinteresadamente. Así es uno. He aquí mis
propuestas para nutrir a Universum.
La sala de secreciones corporales. ¿Se han
puesto a pensar cómo produce el organismo
todas esas porquerías que nos salen por aquí
y por allá? Yo tampoco, la verdad. Pero quizá
valdría la pena adelantarnos a las preguntas
de los más escatológicos de nuestros visitantes.
Podríamos llamar a Pedro Armendáriz y
filmarlo haciendo las demostraciones pertinentes...
a ver si quiere.
Taller “Conoce tu cuerpo… y el de tu compañero”.
Este taller se podría realizar en la sala
del universo, refugio predilecto de jóvenes
inquietos y curiosos. La ciencia requiere gente
con ánimo explorador y ésta sería una buena
manera de fomentarlo.
La galería de los científicos guapos. El cliché
del científico loco nos ha hecho mucho
daño. He aquí la manera de empezar a contrarrestarlo:
una galería de retratos de científicas
y científicos guapos. Esta galería tiene la
ventaja de que se puede realizar de inmediato
y con muy poco dinero. Propongo que usemos
las paredes del elevador. Si sobra espacio,
siempre se puede rellenar con fotos de
Arturo Orta (tomadas por Arturo Orta, quise
decir).
La sala de fracasos, callejones sin salida y
supercherías (o sea, cherías muy grandes). Seamos
francos: los científicos también metemos
la pata, por increíble que parezca. El historiador
y filósofo de la ciencia Thomas Kuhn siempre
se quejaba del tono triunfalista de los libros
de texto de ciencia, que la presentan como un
camino recto hacia el nirvana racionalista,
como si ese camino no fuera más bien un jardín
de senderos que se bifurcan cual fractales
enloquecidos. La sala de fracasos, callejones
sin salida y supercherías sería una manera de
reconocer públicamente que también somos
humanos y de pedir perdón por nuestra arrogancia
insultante como de personaje de tragedia
griega. Para hacer esta sala aunque sea
medianamente representativa podríamos usar
temporalmente varias salas de Universum. Allí
podría estar Trofim Lysenko, biólogo oficial de
Stalin. Allí podrían estar los descubridores de
la fusión fría y de la memoria del agua. Allí
podría estar el menso ese de los ovnis. [Se llama
Jaime Maussán. Nota del editor.] Allí podría
estar yo…
Tengo más ideas, pero ya no caben en el
breve espacio que me concede El muégano
divulgador para compartir con ustedes el fruto
de mis cavilaciones. [¡Menos mal! N. del
editor.]

Feng shui para museos (No. 4, noviembre 2000)


El feng shui es un conocimiento milenario que nos dice
cómo decorar la casa para ser ricos, sanos y felices. Y los
conocimientos milenarios, claro, siempre son verdad. Si
no, ¿por qué son milenarios, a ver? Estoy convencido de
que el feng shui podría aplicarse en Universum y el Museo
de la Luz para que los visitantes estén más contentos.
Con esto en mente, extraigo de un libro algunos preceptos
de feng shui, que someto a la consideración de la comunidad.
Lo esencial en el feng shui es estar consciente del flujo
del chi, la energía cósmica que está en todas partes. Para
que me entiendan los astrónomos (me dicen que hay uno
o dos en la DGDC), el chi es una especie de radiación de
fondo, pero más caliente. Por suerte, a diferencia de la
radiación de fondo, el chi puede manipularse, lo cual sirve
para propiciar las energías positivas y disipar las nefastas.
He aquí cómo.
Un sendero serpenteante trae más suerte. La senda
ecológica no sólo es serpenteante, sino que debe estar
llena de serpientes. Tendremos muy buena suerte (a condición
de no pasearnos por nuestro sendero serpenteante
sin zapatos).
Si tras tu casa hay un montículo, gozarás de la protección
de la tortuga celestial. Detrás de Universum está el
Ajusco. ¿Le bastará a la tortuga celestial para concedernos
el beneficio de su protección?
¡Cuidado con tres puertas en línea, porque atraen la
energía negativa! ¡Maldición! Yo vivo en el segundo piso,
donde tenemos muchas puertas en línea. Ahí el chi de
Universum debe pasar las de Caín. ¡Con razón no puedo
trabajar por más que trato!
Los lugares solos y silenciosos acumulan yin. Esto se
puede contrarrestar con la presencia de animales domésticos.
El ajolote de la sala de biodiversidad no es muy
doméstico, pero quizá sirva para dispersar el yin que se
acumula en Universum por las noches. En el Museo de la
Luz se las tendrán que arreglar con los camaroncitos de
la esfera ecológica.
Busca una rana de tres patas y colócala cerca de la
puerta principal. Nosotros hacemos las cosas en grande:
en vez de rana en la entrada tenemos ballena. Me pregunto
a cuántas ranas equivale una ballena en las cuentas
de la tortuga celestial.
Ten cuidado y no te excedas con los elementos de
agua en tu casa. Demasiada agua equivale a peligro, y si
lo dudan, pregúntenle al capitán del Titanic. En
Universum, por suerte, no tenemos ese problema.

Seguir al pie de la letra los preceptos del feng shui es
complicadísimo. Hay que saber que la energía yin es mala
y la yang es buena, pero que demasiado yang es más
malo que un poco de yin, a menos que sea un yin tan
malo que hasta con un poquito disperse al yang. Hay
que estar consciente en todo momento de los puntos cardinales
para saber cómo sentarse, hacia dónde orientar
el escritorio y dónde poner la computadora. El flujo del
chi tiene más vericuetos que un fractal, pero es muy importante
saber encauzarlo para que propicie la salud y la
prosperidad.
Finalmente, una advertencia: resulta que para dirigir
el chi a nuestro antojo y conveniencia se usan espejitos,
lámparas chinas, móviles, adornitos en forma de animales,
plantas (incluso de plástico), fuentes, pececitos dorados
y cascadas artificiales, colguijos, estatuas, dragones
y biombos. Por lo tanto, ¡cuidado! Si exageramos con
esto del feng shui podríamos dejar nuestros museos como
casa de narcotraficante.

Cuento de navidad epistemológico (No. 5, diciembre 2000)


Marley estaba muerto. De eso no cabía ni la menor duda cartesiana. En vida el viejo Jacob Marley había sido un avaro de siete suelas, pero también había sido un empirista: Marley creía que el conocimiento proviene exclusivamente de la información que nos proporcionan los sentidos.
         Así pues, Marley estaba más muerto que un clavo, y por eso, el día de navidad del séptimo año después de su muerte, se quedó patidifuso al verse de pronto en su antigua casa londinense con una pesada cadena enrollada en la cintura y un vendaje sujetándole la quijada al cráneo. Pero sus sentidos le indicaban que era verdad y ningún empirista que se respetara, como Marley, se iba a poner a dudar de la evidencia de los sentidos.
         Ebenezer Scrooge, quien fuera socio de Marley por espacio de no sé cuántos años, era tan avaro como había sido su colega. Pero Scrooge era racionalista: tenía la opinión de que la razón es la única fuente de conocimiento. Las ideas eran para él más reales que la experiencia sensorial.
         Scrooge no estaba muerto, aunque siendo tan avaro y seco como era no podía decirse que estuviera muy vivo, y por eso se quedó perplejo cuando, en el séptimo aniversario de la muerte de su socio, vio la forma corpórea de Marley materializarse ante sus ojos. El fantasma lo miró fijamente. Scrooge le devolvió la mirada, haciéndose mentalmente el propósito de dejar de comer tanto porridge antes de irse a la cama.
         --¡Eh! --dijo Scrooge--. ¿Qué quieres de mí?
         --Mucho --replicó la aparición.
         Luego de estas efusiones, el fantasma de Marley y Scrooge sostuvieron el siguiente interesantísimo diálogo entre un empirista y un racionalista (y el diálogo es cita textual del Cuento de navidad de Charles Dickens, aunque no lo crean):

         “--No crees en mí --observó el fantasma.
         “--No --dijo Scrooge.
         “--¿Qué prueba quieres de mi realidad si no te basta lo que te dicen tus sentidos?
         “--No sé --dijo Scrooge.
         “--¿Por qué dudas de tus sentidos?
         “--Pues porque cualquier cosa los afecta --dijo Scrooge--. El menor trastorno estomacal los vuelve embusteros. Tú podrías ser un trozo de carne sin digerir, un poco de mostaza, una migaja de queso rancio o un fragmento de papa mal cocida. ¡Tienes más de salsa que de sepultura, seas lo que seas!”

         Dicho lo cual, Scrooge se tomó un Alka-Seltzer y se fue a dormir tan tranquilo. El fantasma desapareció. Si Scrooge no hubiera sido tan racional y cartesiano, a las pocas horas se le habría aparecido el bondadoso fantasma de las navidades pasadas, el cual, con voz llena de dulzura, lo habría invitado a aferrarse a sus vestiduras y salir volando por la ventana para hacer una visita al pasado. Scrooge habría puesto los pies en el vacío pensándose inmune a la fuerza de gravedad, se habría pegado el porrazo de su vida y en vez de viajar al pasado hubiera ido a reunirse con Jacob Marley en el más allá.
         A la noche siguiente se le volvió a aparecer el fantasma. Scrooge lo ahuyentó propinándole un librazo con el Discurso del método.

Oda a ¿Cómo ves? en su segundo aniversario (No. 6, enero 2001)


Cantado:
Al sur de la rectoría
y al norte del monte Ajusco
hay un edificio adusto
al que canto en mi poesía.

Se aloja tras sus bastiones
la Dirección de Divulgación,
con sus dos subdirecciones:
Museos y Vinculación.

Son orgullos nada feos,
decirlo no es menester,
Universum, de Museos;
de Vinculación, ¿Cómo ves?

Hablado:
¿Cómo ves? cumple dos años,
y en tan venturoso día
dedicamos nuestra poesía
a celebrar sus hazaños.

Voz: ¡Los festejados!

Estrella, tenaz editora.
Gloria, jefa de redacción.
Isabelle, asistente seductora,
y Chava, el diseñador.

Martha Duhne, la informada.
Solange, la pispireta.
Luci de las tortugas.
Lola, Erica y Lupeta.

Era semana de cierre,
semana oscura y tenebrosa,
semana atroz y espantosa,
semana de gritos y estrés.

En la oficina de atrás
batallaba Estrella Burgos
con un texto nauseabundo
que le acababan de enviar.

--¡Todos los meses, lo mismo!
--dijo, soltando un bufido--.
¡Puro texto retorcido
que no hay cómo publicar!


--¡Rechazado! --bramó al fin,
dando un manazo en la mesa.
Después alzó la cabeza,
y mandó llamar al autor.

--¿Por qué rechazáis mi texto?
--le espetó éste, irritado--.
¿Es que no habéis reparado
en que soy investigador?

--Yo lo sé todo --añadió,
dándose aires de grandeza--.
Está en mi naturaleza
tener siempre la razón.

--¿Por qué, pues, rechazáis
mi prosa tan denodada?
Díjole Burgos airada:
--¡Por que no es divulgación!

Vino el cierre. Se entregaron
los archivos a la imprenta.
¿Cómo ves? salió a la venta
en los primeros del mes.

Mas quiso mala fortuna
que a la página doscientos
le faltaran los acentos
y la mayúscula en “Luna”.

--¡Que se recoja el tiraje!
--rugió Burgos, iracunda--.
¿De quién rayos fue la culpa?
Concluyóse: ¡del impresor!

--¡Que le corten la cabeza!
--fue la orden que dio Burgos.
--¡Que se la corten al punto!
--fue el unánime clamor.

Recogiose la revista
hasta no quedar ninguna.
Reimprimiose, reengrapose,
reenviose y se vendió.

Volvió la calma a reinar,
Mas fue calma pasajera.
No duraría la flojera;
Habría que ponerse a chambear.

Había que hacerse a la idea
Que así sería cada mes,
Pues la friega nunca acaba
En la revista ¿Cómo ves?

Agua lleva cuando suena,
dícese a veces del río.
Y aunque mi poesía no es buena,
ni de refranes me fío,
si los laureles son agua
y ¿Cómo ves? es el río,
y al pasar el río suena,
para terminar os digo:
¿Cómo ves?: ¡Enhorabuena!

¿Así está bien? (No. 7, febrero 2001)


El muégano divulgador, No. 7

Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa (No. 8, marzo 2001)


Yo no sé por qué en este país tenemos tan acentuado el
gusto por la rimbombancia y la prosopopeya. Hasta los
que normalmente hablamos con naturalidad adoptamos,
a la hora de escribir, un vocabulario de abogado, y nos
da por decirles “autos” a los coches, “césped” al pasto y
“señor licenciado” al imbécil del jefe. Si queremos decir
“¿cómo hacen las vacas?”, nos sentimos obligados por
nuestro impulso prosopopeyificador a poner “¿qué manifestación
sonora emite la hembra adulta del toro?” En
nuestros textos el agua, en lugar de hervir, “entra en ebullición”.
Las instrucciones de los aparatos no son instrucciones
a secas, sino “instrucciones para su uso” (como si
pudieran ser instrucciones para otra cosa). Nunca oímos,
todo lo escuchamos, y en lugar de tener, poseemos. Mi
tío tenía una novia (no sé si también la poseía) que le
escribía “la enfermedad que me aquejaba ya cedió” cuando
se le quitaba el resfriado.
Hace mucho tiempo leí en alguna parte que los mexicanos
usábamos el español como quien usa un saco prestado
–con incomodidad, como si no fuera nuestro. El saco
nos queda grande y tal vez por eso siempre tratamos de
rellenarlo usando más palabras de las que en rigor son
necesarias. Pónganse a oír el radio un ratito y van a ver.
Hasta Gutiérrez Vivó, que se las da de que habla muy
bien y pronuncia las “ves” como si fueran “efes” (Gutiérrez
Fifó), empieza algunas oraciones con “bueno, pues realmente”.
Seis sílabas inútiles; qué desperdicio.
En la India hace poco tenían el mismo problema, y
me imagino que lo siguen teniendo, porque estas cosas
llevan mucha inercia. Al parecer, cuando escriben en
inglés, los habitantes de ese país también salpican sus
textos, y sobre todo sus cartas oficiales, con por-mediode-
la-presentes, sírvase-usted-tener-la-amabilidad-des y
sin-más-por-el-momento-quedo-de-usted-es.
Julio Cortázar se quejaba de que en Argentina todos
eran “estimados”, hasta los amigos más cercanos. Para
felicitar a su amigo Frumento por su nuevo libro, Cortázar
tenía que empezar con “estimado Frumento” en vez de ir
al grano y soltarle un espontáneo “¡Che, Frumento! Menudo
libro, ¿eh?”
El problema no es sólo el tiempo que pierde uno escribiendo
y leyendo tonterías, que multiplicado por los
millones que somos da, en horas-hombre (y horas-mujer),
un lapso más largo que la antigüedad del universo;
también tiene dimensiones ecológicas: imagínense cuánto
papel nos ahorraríamos si para pedir un clip escribiéramos
“Hola: necesito un clip. Gracias” en vez de “Estimada
licenciada: Por medio de la presente me tomo la
libertad de permitirme distraer su fina atención para suplicarle
tenga la amabilidad de servirse proporcionarme,
en el plazo que a su fina persona convenga y si Dios no
dispone otra cosa, un sujetapapeles para sujetar papeles
porque tengo unos papeles que quiero sujetar y no
poseo sujetapapeles con qué sujetarlos. Sin más por el
momento, quedo de usted SSS y anexas de SRL y SA de
CV, Fulano, Asistente de la Subdirección de Lechugas”.
Antonio Machado cuenta la historia de un profesor
que un día en clase preguntó:
—A ver, alumno Mengano. ¿Cómo diría usted con
otras palabras “los eventos consuetudinarios que acontecen
en la rúa”?
A lo cual el interpelado contestó:
—“Lo que pasa en la calle”.
Muy satisfecho, el profesor dijo:
—No está mal.
Y, en efecto, no estaría nada mal

El principio de incertidumbre (No. 9, abril 2001)


No es por adornarme, pero el otro día, haciendo memoria, me di cuenta de que he estado haciendo divulgación científica desde la adolescencia. Y, como el buen juez de los proverbios, empecé por mi casa, con mis padres.
         Para salir de château de Régules los viernes por la noche había que hacer más trámites que para emigrar de la Unión Soviética en tiempos de Stalin.
         --Tienes que decirme dónde vas a estar y a qué horas –decía mi mamá.
         --En otras palabras, mamá –contestaba yo—, lo que tú quieres es la ecuación de mi trayectoria.
         Con esto mi mamá entendía el importante concepto de trayectoria de una partícula, que es la sucesión de puntos que va ocupando un móvil al correr el tiempo. Y como mi mamá exigía la máxima precisión tanto espacial como temporal, era muy fácil explicarle la importancia de poder desmenuzar las variables x y t en pedacitos tan chiquitos como se quiera para poder hacer predicciones, capacidad que es característica y orgullo de la física clásica.    
         Un buen día me planté frente a mis papás y les dije:
         --De ahora en adelante mis salidas nocturnas se regirán por el principio de incertidumbre de Heisenberg.
         El principio de incertidumbre, como se imaginarán, me lo acababan de enseñar en la facultad.  Como mis papás me miraban con los ojos perdidos en la lejanía, añadí a manera de explicación:
         --Si quieren saber dónde estoy, no les digo a qué hora llego, y si quieren saber a qué hora llego, no les digo dónde estoy.
         Procedí en seguida a explicarles el valor didáctico de vivir en carne propia lo que me enseñaban en la universidad. Mi alegato debe haberlos convencido, porque desde entonces el procedimiento para emigrar se simplificó notablemente. Todo iba viento en popa hasta que me inscribí en el curso de dinámica de sistemas no lineales, conocido afectuosamente como curso de caos, y traté de pasarme de listo empleando el mismo argumento que con el principio de incertidumbre.
         --Para entender el caos hay que vivirlo –les dije a mis progenitores.
         Pero tanto va el cántaro al agua que al fin… ya saben ustedes. Mi papá se sacó el puro de la boca, signo ominoso de que se nos venían encima cataclismos de dimensiones bíblicas, y dijo perentoria y contundentmente:
         --De ahora en adelante en esta casa nos regiremos por la regla de oro: el que tiene el oro pone las reglas.
         Y así quedó trunca la primera etapa de mi trayectoria de divulgador de la ciencia. ¡Padres injustos!