domingo, 28 de julio de 2013

Adiós al público (No. 35, enero-marzo 2007)


El público es esa sustancia ruidosa que se arremolina en los pasillos de Universum, entorpece la circulación y no nos deja trabajar en paz. Se alimenta de Skwinkles y sopas Maruchan y no se reproduce en cautiverio, aunque en las salas más oscuras del museo se le ha encontrado haciendo esfuerzos entusiastas en esa dirección. Por lo general es dócil, pero ha llegado a atacar al hombre. En concentraciones altas se precipita (se precipita hacia las salidas). Cuando el público viene al museo con sus mamás, las suele dejar en la cafetería, donde, en manadas de cerca de 10 ejemplares, éstas consumen cafés e intercambian graznidos hasta la hora de irse.
Si el público pregunta, hay que contestarle. Sus preguntas más usuales son “¿dónde está el baño?”, “¿qué horas tienes?” y “¿eso va a venir en el examen?” (ésta última dirigida, casi siempre, a su profesor).  A veces también hace preguntas sobre ciencia y entonces sí nos mete en problemas, porque resulta que somos divulgadores de la ciencia, ni más ni menos. Eso nos obliga a no quedarnos callados cuando el público quiere saber, por ejemplo, qué pasará cuando la Tierra caiga en un hoyo negro o dónde queda dios en la teoría del big bang.
Para lidiar con el problema de las preguntas del público hay casi tantas estrategias como divulgadores. Una muy buena es retacharle la pregunta (“¿y tú qué crees?”), o sea, aplicarle al público el karamatsu constructivista. Luego, para desalentarlo, conviene utilizar una estrategia que le aprendí a un sacerdote católico hace poco, cuando no me quedó más remedio que asistir a una primera comunión: cuando el público, ante nuestro inesperado revire, hunde la cabeza y menea los pies, hay que decirle: “¿No saben? ¡Qué vergüenza! ¡Y pensar que éste es el futuro de México!” Si el público viene con sus papás, hay que avergonzarlos a ellos también, según pude observar en esa primera comunión (que para algunos de los comulgantes muy bien puede haber sido la última, en vista de las circunstancias).
El público no es nocivo, especialmente en ambientes ventilados. Supongo que no está mal tener público, a condición de que no se acerque demasiado. Hasta podría considerarse más bien benéfico. Por eso lo vamos a echar de menos. Ahora que el nuevo gobierno, con su mirada preclara y neoliberal, ha demostrado que la educación, la cultura y la ciencia son desechables, el público irá desapareciendo poco a poco de nuestras vidas al no ver sus profesores para qué rayos puede servir que el público venga a Universum y lea ¿Cómo ves? si la ciencia está en vías de extinción (merecidamente, merecidamente, no faltaba más). Como, además, el gobierno tampoco ve con buenos ojos el condón, el público irá sucumbiendo al sida y nuestras vidas volverán a ser tranquilas. Yo no voté por este gobierno, pero ahora me doy cuenta de mi error: ¡qué tranquilos vamos a estar sin el público! ¡Ahora sí vamos a poder trabajar!

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