Marley estaba muerto. De eso no
cabía ni la menor duda cartesiana. En vida el viejo Jacob Marley había sido un
avaro de siete suelas, pero también había sido un empirista: Marley creía que
el conocimiento proviene exclusivamente de la información que nos proporcionan
los sentidos.
Así
pues, Marley estaba más muerto que un clavo, y por eso, el día de navidad del
séptimo año después de su muerte, se quedó patidifuso al verse de pronto en su
antigua casa londinense con una pesada cadena enrollada en la cintura y un
vendaje sujetándole la quijada al cráneo. Pero sus sentidos le indicaban que
era verdad y ningún empirista que se respetara, como Marley, se iba a poner a
dudar de la evidencia de los sentidos.
Ebenezer
Scrooge, quien fuera socio de Marley por espacio de no sé cuántos años, era tan
avaro como había sido su colega. Pero Scrooge era racionalista: tenía la
opinión de que la razón es la única fuente de conocimiento. Las ideas eran para
él más reales que la experiencia sensorial.
Scrooge
no estaba muerto, aunque siendo tan avaro y seco como era no podía decirse que
estuviera muy vivo, y por eso se quedó perplejo cuando, en el séptimo
aniversario de la muerte de su socio, vio la forma corpórea de Marley
materializarse ante sus ojos. El fantasma lo miró fijamente. Scrooge le
devolvió la mirada, haciéndose mentalmente el propósito de dejar de comer tanto
porridge antes de irse a la cama.
--¡Eh!
--dijo Scrooge--. ¿Qué quieres de mí?
--Mucho
--replicó la aparición.
Luego
de estas efusiones, el fantasma de Marley y Scrooge sostuvieron el siguiente
interesantísimo diálogo entre un empirista y un racionalista (y el diálogo es
cita textual del Cuento de navidad de
Charles Dickens, aunque no lo crean):
“--No
crees en mí --observó el fantasma.
“--No
--dijo Scrooge.
“--¿Qué
prueba quieres de mi realidad si no te basta lo que te dicen tus sentidos?
“--No
sé --dijo Scrooge.
“--¿Por
qué dudas de tus sentidos?
“--Pues
porque cualquier cosa los afecta --dijo Scrooge--. El menor trastorno estomacal
los vuelve embusteros. Tú podrías ser un trozo de carne sin digerir, un poco de
mostaza, una migaja de queso rancio o un fragmento de papa mal cocida. ¡Tienes
más de salsa que de sepultura, seas lo que seas!”
Dicho
lo cual, Scrooge se tomó un Alka-Seltzer y se fue a dormir tan tranquilo. El
fantasma desapareció. Si Scrooge no hubiera sido tan racional y cartesiano, a
las pocas horas se le habría aparecido el bondadoso fantasma de las navidades
pasadas, el cual, con voz llena de dulzura, lo habría invitado a aferrarse a
sus vestiduras y salir volando por la ventana para hacer una visita al pasado.
Scrooge habría puesto los pies en el vacío pensándose inmune a la fuerza de
gravedad, se habría pegado el porrazo de su vida y en vez de viajar al pasado
hubiera ido a reunirse con Jacob Marley en el más allá.
A
la noche siguiente se le volvió a aparecer el fantasma. Scrooge lo ahuyentó
propinándole un librazo con el Discurso
del método.
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