domingo, 28 de julio de 2013

Cuento de navidad epistemológico (No. 5, diciembre 2000)


Marley estaba muerto. De eso no cabía ni la menor duda cartesiana. En vida el viejo Jacob Marley había sido un avaro de siete suelas, pero también había sido un empirista: Marley creía que el conocimiento proviene exclusivamente de la información que nos proporcionan los sentidos.
         Así pues, Marley estaba más muerto que un clavo, y por eso, el día de navidad del séptimo año después de su muerte, se quedó patidifuso al verse de pronto en su antigua casa londinense con una pesada cadena enrollada en la cintura y un vendaje sujetándole la quijada al cráneo. Pero sus sentidos le indicaban que era verdad y ningún empirista que se respetara, como Marley, se iba a poner a dudar de la evidencia de los sentidos.
         Ebenezer Scrooge, quien fuera socio de Marley por espacio de no sé cuántos años, era tan avaro como había sido su colega. Pero Scrooge era racionalista: tenía la opinión de que la razón es la única fuente de conocimiento. Las ideas eran para él más reales que la experiencia sensorial.
         Scrooge no estaba muerto, aunque siendo tan avaro y seco como era no podía decirse que estuviera muy vivo, y por eso se quedó perplejo cuando, en el séptimo aniversario de la muerte de su socio, vio la forma corpórea de Marley materializarse ante sus ojos. El fantasma lo miró fijamente. Scrooge le devolvió la mirada, haciéndose mentalmente el propósito de dejar de comer tanto porridge antes de irse a la cama.
         --¡Eh! --dijo Scrooge--. ¿Qué quieres de mí?
         --Mucho --replicó la aparición.
         Luego de estas efusiones, el fantasma de Marley y Scrooge sostuvieron el siguiente interesantísimo diálogo entre un empirista y un racionalista (y el diálogo es cita textual del Cuento de navidad de Charles Dickens, aunque no lo crean):

         “--No crees en mí --observó el fantasma.
         “--No --dijo Scrooge.
         “--¿Qué prueba quieres de mi realidad si no te basta lo que te dicen tus sentidos?
         “--No sé --dijo Scrooge.
         “--¿Por qué dudas de tus sentidos?
         “--Pues porque cualquier cosa los afecta --dijo Scrooge--. El menor trastorno estomacal los vuelve embusteros. Tú podrías ser un trozo de carne sin digerir, un poco de mostaza, una migaja de queso rancio o un fragmento de papa mal cocida. ¡Tienes más de salsa que de sepultura, seas lo que seas!”

         Dicho lo cual, Scrooge se tomó un Alka-Seltzer y se fue a dormir tan tranquilo. El fantasma desapareció. Si Scrooge no hubiera sido tan racional y cartesiano, a las pocas horas se le habría aparecido el bondadoso fantasma de las navidades pasadas, el cual, con voz llena de dulzura, lo habría invitado a aferrarse a sus vestiduras y salir volando por la ventana para hacer una visita al pasado. Scrooge habría puesto los pies en el vacío pensándose inmune a la fuerza de gravedad, se habría pegado el porrazo de su vida y en vez de viajar al pasado hubiera ido a reunirse con Jacob Marley en el más allá.
         A la noche siguiente se le volvió a aparecer el fantasma. Scrooge lo ahuyentó propinándole un librazo con el Discurso del método.

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