domingo, 28 de julio de 2013

Despertar vocaciones (No. 28, mayo-junio 2005)


En un rapto de inspiración memorable, una investigadora de nuestra universidad dijo una vez que los científicos ganan más, tienen coches más bonitos y se acuestan con más gente que el común de los mortales. Con esta simple declaración, publicada una sola vez en un periódico de circulación nacional, nuestra investigadora contribuyó más a la causa de despertar vocaciones científicas entre los jóvenes que nosotros los divulgadores en un año completo. Y pensar que hay colegas que piensan que los que sabemos hacer divulgación somos nosotros.
            Se me objetará que la afirmación de esta investigadora no es estrictamente cierta. Se me objetará incluso que es más bien completamente falsa. ¿Y qué?, les digo yo a los remilgosos. Después de todo, acaba de publicarse un libro donde se demuestra inobjetablemente que la física es una superchería y los físicos unos impostores que lo han sabido todo el tiempo, lo cual no ha impedido que se enseñe física, o algo que se le parece, en las escuelas y en las universidades durante dos o tres siglos sin que nadie se dé cuenta del engaño. Es más, me atrevo a afirmar que la física se seguirá enseñando incluso ahora que todos sabemos que es un camelo. Y si se salen con la suya los físicos, ¡taimados embaucadores!, ¿por qué nosotros, los divulgadores, no?
            Propongo concretamente que, pese a saber que es falsa, difundamos esta imagen tan atractiva del científico como discípulo de James Bond y la científica como émula de Angelina Jolie. Ataquemos el estereotipo del científico nerd instaurando subrepticiamente uno nuevo: el de los científicos más parecidos a personajes de película de amor y lujo que a… pues que a científicos, para acabar pronto.
            Colegas, sin darnos cuenta, al presentarnos desvergonzadamente ante el público durante todos estos años con nuestras espantosas humanidades a cuestas, no hemos hecho más que menoscabar la eficacia de nuestra heroica labor. Para remediarlo propongo, pues, que los divulgadores nos volvamos fantasmas y que enviemos a las conferencias en nuestro lugar a jóvenes y señoritas guapos y bien vestidos. Así nuestro público empezará a asociar la ciencia con la juventud y la donosura, que es por donde se empieza. Estos jóvenes y señoritas vicarios nuestros deberán, además, transportarse en coches lujosos y estar rodeados casi siempre de otros jóvenes y señoritas con muy poquita ropa para hacer creer a nuestras víctimas que cuando se es científico aumenta la probabilidad de verse entre gente semidesnuda (lo cual, como se sabe, es estrictamente cierto sólo entre los médicos y los antropólogos, y no por las razones ni con las consecuencias que uno podría desear).
            Con esta idea estoy seguro de que contribuyo a aumentar la matrícula en carreras científicas y cumplir así uno de los objetivos de la divulgación de la ciencia. Y lo hago desinteresadamente. Así es uno.

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