Ver la tele y pasearse por un centro comercial son
actividades que siempre le inspiran a uno buenas ideas para divulgar la
ciencia. Si no me creen, recuerden, los que estuvieron presentes, la
inauguración del Año Internacional de la Física, hace un par de años. Yo creo
que los organizadores vieron mucha tele y recorrieron, en paseos por centros
comerciales, el equivalente a la distancia al centro de la galaxia, porque en
la inauguración vimos a un señor disfrazado de científico loco haciendo
experimentos vistosos con globos de colores y cubetas humeantes de nitrógeno
líquido al tiempo que parloteaba a gritos con voz de licuadora en régimen
supersónico. Mientras el científico loco demostraba con su conducta que la
física es divertidísima, unos edecanes de bata blanca y peluca enmarañada se
paseaban por los pasillos del teatro dando fe, con su sola presencia, de que en
la actividad científica no hay un segundo de aburrimiento. Las hordas de
adolescentes que voluntariamente se presentaron ese día en el teatro Juan Ruiz
de Alarcón, atraídos sin duda por la promesa de tsunamis de regocijo, se fueron
derechito a inscribirse en cuanta carrera científica hubiera aún cupo.
Bueno, lo último no me consta, pero ¿cabe la duda? Claro que
no. Y como no cabe, quiero proponer aquí la misma estrategia a todo aquel que
quiera atraer carne nueva a una esfera de actividad que, como la ciencia, no
goce de la buena fama del futbol y las telenovelas.
Por ejemplo, al ejército en tiempos de guerra. En efecto, lo
que hace falta cuando la patria llama pero nadie contesta es mostrar que la
guerra es divertidísima. Las fuerzas armadas podrían montar espectáculos con
generales deschavetados vestidos de payaso abriendo fuego a cañonazos sobre un
montón de enemigos con traje de arlequín. Los cañones estarían preparados con
pólvora para fuegos artificiales y al disparar echarían bocanadas de humo de
colores al tiempo que los generales deschavetados alentarían al público a
acompañar cada explosión con “ooohs” y “aaahs” de admiración. Para asegurar el
resultado, unos edecanes de uniforme militar, pero de colores, se pasearían
entre el público buscando a los poco participativos para hacerles cosquillas.
Otro campo profesional que podría aprovechar estas ideas
divulgativas es el de la cirugía a corazón abierto. En el espectáculo, unos
cirujanos locos con nariz, bigote y lentes falsos, estarían inclinados en
apretado círculo alrededor de una mesa de operaciones en la que habría un
paciente de hule con el vientre abierto. Empuñando sierras eléctricas, alicates
de carpintero, martillos inflables gigantes y taladros, los médicos se
afanarían en extraerle al paciente tripas de colores chillones entre empujones,
caídas de espalda y risotadas. En medio de la confusión, el corazón del
paciente saldría volando con la aorta meneándose enloquecidamente y al caer al
suelo huiría a saltos de sus verdugos, los cuales irían en su persecución con
los instrumentos en ristre. Mutis del corazón saltarín. Mutis de los médicos
locos. Sangre por doquier. Carcajada general y pasión por la cirugía
garantizadas.
Con esta pequeña dosis de ideas geniales me ofrezco como
asesor divulgativo para promover entre los jóvenes disciplinas poco
glamourosas. Ya veo en mi mente los espectáculos para mostrar el lado divertido
de la ortodoncia, la restauración de obras de arte, el servicio doméstico.
Por ejemplo, para la bibliotecología, podríamos poner unos
bibliotecarios locos y…
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