domingo, 28 de julio de 2013

El lado divertido de... (No. 33, julio-agosto 2006)


Ver la tele y pasearse por un centro comercial son actividades que siempre le inspiran a uno buenas ideas para divulgar la ciencia. Si no me creen, recuerden, los que estuvieron presentes, la inauguración del Año Internacional de la Física, hace un par de años. Yo creo que los organizadores vieron mucha tele y recorrieron, en paseos por centros comerciales, el equivalente a la distancia al centro de la galaxia, porque en la inauguración vimos a un señor disfrazado de científico loco haciendo experimentos vistosos con globos de colores y cubetas humeantes de nitrógeno líquido al tiempo que parloteaba a gritos con voz de licuadora en régimen supersónico. Mientras el científico loco demostraba con su conducta que la física es divertidísima, unos edecanes de bata blanca y peluca enmarañada se paseaban por los pasillos del teatro dando fe, con su sola presencia, de que en la actividad científica no hay un segundo de aburrimiento. Las hordas de adolescentes que voluntariamente se presentaron ese día en el teatro Juan Ruiz de Alarcón, atraídos sin duda por la promesa de tsunamis de regocijo, se fueron derechito a inscribirse en cuanta carrera científica hubiera aún cupo.
Bueno, lo último no me consta, pero ¿cabe la duda? Claro que no. Y como no cabe, quiero proponer aquí la misma estrategia a todo aquel que quiera atraer carne nueva a una esfera de actividad que, como la ciencia, no goce de la buena fama del futbol y las telenovelas.
Por ejemplo, al ejército en tiempos de guerra. En efecto, lo que hace falta cuando la patria llama pero nadie contesta es mostrar que la guerra es divertidísima. Las fuerzas armadas podrían montar espectáculos con generales deschavetados vestidos de payaso abriendo fuego a cañonazos sobre un montón de enemigos con traje de arlequín. Los cañones estarían preparados con pólvora para fuegos artificiales y al disparar echarían bocanadas de humo de colores al tiempo que los generales deschavetados alentarían al público a acompañar cada explosión con “ooohs” y “aaahs” de admiración. Para asegurar el resultado, unos edecanes de uniforme militar, pero de colores, se pasearían entre el público buscando a los poco participativos para hacerles cosquillas.
Otro campo profesional que podría aprovechar estas ideas divulgativas es el de la cirugía a corazón abierto. En el espectáculo, unos cirujanos locos con nariz, bigote y lentes falsos, estarían inclinados en apretado círculo alrededor de una mesa de operaciones en la que habría un paciente de hule con el vientre abierto. Empuñando sierras eléctricas, alicates de carpintero, martillos inflables gigantes y taladros, los médicos se afanarían en extraerle al paciente tripas de colores chillones entre empujones, caídas de espalda y risotadas. En medio de la confusión, el corazón del paciente saldría volando con la aorta meneándose enloquecidamente y al caer al suelo huiría a saltos de sus verdugos, los cuales irían en su persecución con los instrumentos en ristre. Mutis del corazón saltarín. Mutis de los médicos locos. Sangre por doquier. Carcajada general y pasión por la cirugía garantizadas.
Con esta pequeña dosis de ideas geniales me ofrezco como asesor divulgativo para promover entre los jóvenes disciplinas poco glamourosas. Ya veo en mi mente los espectáculos para mostrar el lado divertido de la ortodoncia, la restauración de obras de arte, el servicio doméstico.
Por ejemplo, para la bibliotecología, podríamos poner unos bibliotecarios locos y…

No hay comentarios:

Publicar un comentario