En mis noches de insomnio me
pregunto si los divulgadores de la ciencia no estaremos defraudando a nuestro
público cuando damos a entender que los científicos son las personas más listas
del mundo. Una investigadora de nuestra universidad afirmó una vez que los
científicos ganan más, tienen coches más grandes y se acuestan con más gente
que el común de los mortales. Después de oír esto, muchos jóvenes deben haber
decidido entregar desinteresadamente su vida a la ciencia. Pero imagínense cómo
se sentirán esos jóvenes cuando, con su doctorado por fin en mano luego de
muchos años de esfuerzo, descubran que la autora de la afirmación exageró un
poquito, y que ni ganan más ni tienen coches más grandes —aunque, eso sí, se
acuestan con mucha gente, porque toda la familia tiene que dormir en la misma
cama. ¿No tendrían razón en sentirse engañados? ¿Será posible que el exabrupto
de la doctora, en vez de despertar vocaciones científicas, inspire asesinos
reincidentes?
Para mitigar el daño que podamos
haber causado los divulgadores al presentar a los científicos como gente
particularmente suertuda y agraciada, quisiera mostrar aquí que no era para
tanto. Tómese como antídoto.
A los físicos quien no sabe física
les parece tonto. A mí, comunicador, quien usa mal el español pudiéndolo usar
bien me parece lelo, quizá por un sesgo profesional equivalente al de los
físicos —e igual de reprobable, lo reconozco.
De las groserías que se le pueden
hacer al español la más fea es, en mi opinión, hablar con anglicismos, o sea,
calcar en español expresiones del inglés. Quien dice “vamos a tener sexo”
comete esta vejación (el individuo ya tiene sexo: es hombre o mujer). También
la comete quien dice “amo los espaguetis” cuando quiso decir “me encantan los
espaguetis”, “aplican restricciones” por “hay excepciones”, “corran por sus
vidas” en vez de “sálvese quien pueda” y “¡en tu cara!” en lugar de “lero,
lero, candilero”. Pues bien, los peores verdugos anglificantes del español
(después de los traductores de la televisión) son —¡surprise!— los científicos.
La cosa se explica, hasta cierto
punto. Después de todo, los pobrecitos no sólo leen todo en inglés, sino que,
encima, tienen que escribir todo en inglés, que es el idioma de la ciencia. Por
si fuera poco, lo que suelen leer no es Shakespeare ni mucho menos, sino
artículos especializados, que son exactamente lo contrario. Árbol que crece
torcido… ya saben ustedes. Así, en una reunión de físicos a la que asistí hace
un par de años tuve ocasión de oír lo que les voy a contar.
Era una reunión por todo lo alto.
Estaba la crema, estaba la nata y estaba un buen número de coágulos de leche
cortada (por ejemplo, yo). Se discutía el futuro de la física en México.
Discutir el futuro de la física en México es un poco como discutir el futuro
del Titanic, pero los científicos son
optimistas, y en todo caso, para decirlo como lo dirían ellos, “no se dan
arriba sin una pelea” —venden caro su pellejo, pues. Iban dispuestos a dar
batalla.
—Oh, mi dios —dijo uno—. Todos
nuestros esfuerzos han probado inútiles. El escenario actual es una receta para
el desastre.
—Si no limpiamos nuestro acto —dijo
otro—, somos tan buenos como muertos. Somos historia.
—A veces un hombre tiene que hacer
lo que tiene que hacer —concluyó, filosófico, un tercero.
—Y lo que tenemos que hacer
—intervino otro (y aquí sí la cita es textual)— es construir una facilidad de
estado del arte para hacer investigación de clase mundial.
—Wow —exclamaron sus colegas.
El secreto para entender lo que
dijeron estos físicos es calcarlo al inglés palabra por palabra. Entonces se
entenderá que lo que se proponía era construir un laboratorio con tecnología
avanzada para hacer investigaciones de primer nivel.
Beans
are cooked everywhere, o en todos lados se cuecen habas, qué se le va a
hacer. Un científico puede cometer tantas tonterías como cualquier Tom, Dick y
Harry. Puede, incluso, cometer más. ¿Cuántas? Podríamos decirlo así: el cielo
es el límite.
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