domingo, 28 de julio de 2013

Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa (No. 8, marzo 2001)


Yo no sé por qué en este país tenemos tan acentuado el
gusto por la rimbombancia y la prosopopeya. Hasta los
que normalmente hablamos con naturalidad adoptamos,
a la hora de escribir, un vocabulario de abogado, y nos
da por decirles “autos” a los coches, “césped” al pasto y
“señor licenciado” al imbécil del jefe. Si queremos decir
“¿cómo hacen las vacas?”, nos sentimos obligados por
nuestro impulso prosopopeyificador a poner “¿qué manifestación
sonora emite la hembra adulta del toro?” En
nuestros textos el agua, en lugar de hervir, “entra en ebullición”.
Las instrucciones de los aparatos no son instrucciones
a secas, sino “instrucciones para su uso” (como si
pudieran ser instrucciones para otra cosa). Nunca oímos,
todo lo escuchamos, y en lugar de tener, poseemos. Mi
tío tenía una novia (no sé si también la poseía) que le
escribía “la enfermedad que me aquejaba ya cedió” cuando
se le quitaba el resfriado.
Hace mucho tiempo leí en alguna parte que los mexicanos
usábamos el español como quien usa un saco prestado
–con incomodidad, como si no fuera nuestro. El saco
nos queda grande y tal vez por eso siempre tratamos de
rellenarlo usando más palabras de las que en rigor son
necesarias. Pónganse a oír el radio un ratito y van a ver.
Hasta Gutiérrez Vivó, que se las da de que habla muy
bien y pronuncia las “ves” como si fueran “efes” (Gutiérrez
Fifó), empieza algunas oraciones con “bueno, pues realmente”.
Seis sílabas inútiles; qué desperdicio.
En la India hace poco tenían el mismo problema, y
me imagino que lo siguen teniendo, porque estas cosas
llevan mucha inercia. Al parecer, cuando escriben en
inglés, los habitantes de ese país también salpican sus
textos, y sobre todo sus cartas oficiales, con por-mediode-
la-presentes, sírvase-usted-tener-la-amabilidad-des y
sin-más-por-el-momento-quedo-de-usted-es.
Julio Cortázar se quejaba de que en Argentina todos
eran “estimados”, hasta los amigos más cercanos. Para
felicitar a su amigo Frumento por su nuevo libro, Cortázar
tenía que empezar con “estimado Frumento” en vez de ir
al grano y soltarle un espontáneo “¡Che, Frumento! Menudo
libro, ¿eh?”
El problema no es sólo el tiempo que pierde uno escribiendo
y leyendo tonterías, que multiplicado por los
millones que somos da, en horas-hombre (y horas-mujer),
un lapso más largo que la antigüedad del universo;
también tiene dimensiones ecológicas: imagínense cuánto
papel nos ahorraríamos si para pedir un clip escribiéramos
“Hola: necesito un clip. Gracias” en vez de “Estimada
licenciada: Por medio de la presente me tomo la
libertad de permitirme distraer su fina atención para suplicarle
tenga la amabilidad de servirse proporcionarme,
en el plazo que a su fina persona convenga y si Dios no
dispone otra cosa, un sujetapapeles para sujetar papeles
porque tengo unos papeles que quiero sujetar y no
poseo sujetapapeles con qué sujetarlos. Sin más por el
momento, quedo de usted SSS y anexas de SRL y SA de
CV, Fulano, Asistente de la Subdirección de Lechugas”.
Antonio Machado cuenta la historia de un profesor
que un día en clase preguntó:
—A ver, alumno Mengano. ¿Cómo diría usted con
otras palabras “los eventos consuetudinarios que acontecen
en la rúa”?
A lo cual el interpelado contestó:
—“Lo que pasa en la calle”.
Muy satisfecho, el profesor dijo:
—No está mal.
Y, en efecto, no estaría nada mal

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