En tiempos de penuria hay que
pensar en ahorrar. Universum no se
encuentra precisamente en la época más próspera de su vida, de modo que me he
puesto a pensar en cómo podríamos renovar nuestros museos sin gastar tanto
dinero. Un día en que me paseaba por la explanada de nuestro museo di con la
solución. “¡Eureka!”, exclamé para sorpresa y espanto de unos visitantes que se
encontraban por ahí y que salieron huyendo despavoridos para nunca volver.
¿Se
acuerdan del huevo de dinosaurio? Yo quisiera no acordarme, pero me acuerdo. El
huevo era una construcción ovoidal blanca situada en la explanada de Universum que se usaba para impartir
talleres y de la cual salía la cabeza de un descomunal dinosaurio. Hoy el huevo
es cueva, papel que desempeña, en mi opinión, mucho mejor. El huevo solía tener
una cédula de lo más extraña. No me acuerdo de las palabras exactas, pero el
mensaje efectivo se puede reformular así: “Éste sería un huevo de dinosaurio si
no fuera porque no se parece ni remotamente”. En efecto, la construcción era
más grande que un huevo de dinosaurio aproximadamente en la misma proporción
que el átomo es más grande que el núcleo y no tenía ni la forma ni el color
adecuados. Pero ahí estaba y mucha gente debe de haberlo visto. El huevo de
dinosaurio sugiere una manera de llenar los museos sin gastar mucho. Es más,
sugiere cómo llenarlos de exposiciones asombrosas con muy poco dinero.
En
efecto, imagínense: ¿que en un museo de Berna tienen los muebles de Einstein?
Pues nosotros también podemos tenerlos: se pone un mueble viejo cualquiera y se
adereza con una cédula estilo huevo de dinosaurio que diga: “Este escritorio es
probablemente igual al que usó Einstein en la oficina de patentes de Berna
cuando era chiquito”. Voilà! Con la
admirable capacidad de interpretar las cédulas que tiene nuestro público, no
faltará quien se vaya con la idea de que en Universum
tenemos el escritorio que usó Einstein en el kinder. ¿Y qué importa? Nosotros
salimos ganando y la divulgación de la ciencia no pierde nada.
¿Que el museo de
ciencias de Berlín tiene todos los aparatos con los que se hicieron los
experimentos fundamentales de la mecánica cuántica? Pongamos un equipo que eche
suficientes chispas y digamos cedulariamente: “Robert Millikan descubrió que la
carga eléctrica viene en paquetitos. Aquí vemos un arco eléctrico hecho de
paquetitos de carga que saltan”.
Hay
estudios de público que indican que la palabra “no” en las cédulas siempre pasa
inadvertida. Podríamos sacarle provecho a este resultado combinándolo con la
técnica del huevo de dinosaurio: se pone un esqueleto de mamut de plástico y se
le añade una cédula que diga algo así: “Este mamut no se encontró debajo de la
catedral”. Listo: ¡Universum tiene un
mamut que encontraron debajo de la Basílica de Guadalupe! Al poco tiempo el
museo empieza a recibir más visitantes en un día que la momia de Lenin en un
año. Por cierto, también podríamos tener la momia de Lenin, ¿por qué no? O la
de George W. Bush.
No
seríamos los primeros en alterar un poquito los hechos para mejor divulgar la
ciencia: parece que ya nos ganó el museo Cosmo Caixa de Madrid, donde se
presenta una película en la que se afirma que un meteorito destruyó la
Atlántida. Sin embargo, concedo que el método tiene sus peligros y que hay que
aplicarlo con precaución. Muchas personas, como dije, deben de haber visto el
huevo de dinosaurio cuando tenía cédula. Esas personas, ¡pobrecitas!, vivirán
con la eterna convicción de que los huevos de dinosaurio eran del tamaño de una
casa y tenían puerta. Pero qué quieren: ¿veracidad o economía?
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