domingo, 28 de julio de 2013

Museos de bajo presupuesto (No. 17, febrero-marzo 2002)


En tiempos de penuria hay que pensar en ahorrar. Universum no se encuentra precisamente en la época más próspera de su vida, de modo que me he puesto a pensar en cómo podríamos renovar nuestros museos sin gastar tanto dinero. Un día en que me paseaba por la explanada de nuestro museo di con la solución. “¡Eureka!”, exclamé para sorpresa y espanto de unos visitantes que se encontraban por ahí y que salieron huyendo despavoridos para nunca volver.
         ¿Se acuerdan del huevo de dinosaurio? Yo quisiera no acordarme, pero me acuerdo. El huevo era una construcción ovoidal blanca situada en la explanada de Universum que se usaba para impartir talleres y de la cual salía la cabeza de un descomunal dinosaurio. Hoy el huevo es cueva, papel que desempeña, en mi opinión, mucho mejor. El huevo solía tener una cédula de lo más extraña. No me acuerdo de las palabras exactas, pero el mensaje efectivo se puede reformular así: “Éste sería un huevo de dinosaurio si no fuera porque no se parece ni remotamente”. En efecto, la construcción era más grande que un huevo de dinosaurio aproximadamente en la misma proporción que el átomo es más grande que el núcleo y no tenía ni la forma ni el color adecuados. Pero ahí estaba y mucha gente debe de haberlo visto. El huevo de dinosaurio sugiere una manera de llenar los museos sin gastar mucho. Es más, sugiere cómo llenarlos de exposiciones asombrosas con muy poco dinero.
         En efecto, imagínense: ¿que en un museo de Berna tienen los muebles de Einstein? Pues nosotros también podemos tenerlos: se pone un mueble viejo cualquiera y se adereza con una cédula estilo huevo de dinosaurio que diga: “Este escritorio es probablemente igual al que usó Einstein en la oficina de patentes de Berna cuando era chiquito”. Voilà! Con la admirable capacidad de interpretar las cédulas que tiene nuestro público, no faltará quien se vaya con la idea de que en Universum tenemos el escritorio que usó Einstein en el kinder. ¿Y qué importa? Nosotros salimos ganando y la divulgación de la ciencia no pierde nada.
¿Que el museo de ciencias de Berlín tiene todos los aparatos con los que se hicieron los experimentos fundamentales de la mecánica cuántica? Pongamos un equipo que eche suficientes chispas y digamos cedulariamente: “Robert Millikan descubrió que la carga eléctrica viene en paquetitos. Aquí vemos un arco eléctrico hecho de paquetitos de carga que saltan”.
         Hay estudios de público que indican que la palabra “no” en las cédulas siempre pasa inadvertida. Podríamos sacarle provecho a este resultado combinándolo con la técnica del huevo de dinosaurio: se pone un esqueleto de mamut de plástico y se le añade una cédula que diga algo así: “Este mamut no se encontró debajo de la catedral”. Listo: ¡Universum tiene un mamut que encontraron debajo de la Basílica de Guadalupe! Al poco tiempo el museo empieza a recibir más visitantes en un día que la momia de Lenin en un año. Por cierto, también podríamos tener la momia de Lenin, ¿por qué no? O la de George W. Bush.
         No seríamos los primeros en alterar un poquito los hechos para mejor divulgar la ciencia: parece que ya nos ganó el museo Cosmo Caixa de Madrid, donde se presenta una película en la que se afirma que un meteorito destruyó la Atlántida. Sin embargo, concedo que el método tiene sus peligros y que hay que aplicarlo con precaución. Muchas personas, como dije, deben de haber visto el huevo de dinosaurio cuando tenía cédula. Esas personas, ¡pobrecitas!, vivirán con la eterna convicción de que los huevos de dinosaurio eran del tamaño de una casa y tenían puerta. Pero qué quieren: ¿veracidad o economía?

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