domingo, 28 de julio de 2013

No me agradezcan (No. 3, octubre 2000)


Lo bueno de los museos de ciencias es que
no hay peligro de quedarse sin tema para una
nueva exposición, una nueva sala o un nuevo
equipamiento. Lo malo es que por lo mismo
nunca serán completos. En Universum no tenemos
todo ni lo tendremos, pero vale la pena
aspirar a la “completez”, como decimos los
físicos sin ninguna consideración hacia el idioma
español. Con el elevado objetivo de ayudar
a no dejar cola que nos pisen y lleno de
un celo altruista y desinteresado, me pongo a
pensar, dispuesto a compartir mis ideas con
todos ustedes sin pedir nada a cambio. No,
no hace falta que me den las gracias. Lo hago
desinteresadamente. Así es uno. He aquí mis
propuestas para nutrir a Universum.
La sala de secreciones corporales. ¿Se han
puesto a pensar cómo produce el organismo
todas esas porquerías que nos salen por aquí
y por allá? Yo tampoco, la verdad. Pero quizá
valdría la pena adelantarnos a las preguntas
de los más escatológicos de nuestros visitantes.
Podríamos llamar a Pedro Armendáriz y
filmarlo haciendo las demostraciones pertinentes...
a ver si quiere.
Taller “Conoce tu cuerpo… y el de tu compañero”.
Este taller se podría realizar en la sala
del universo, refugio predilecto de jóvenes
inquietos y curiosos. La ciencia requiere gente
con ánimo explorador y ésta sería una buena
manera de fomentarlo.
La galería de los científicos guapos. El cliché
del científico loco nos ha hecho mucho
daño. He aquí la manera de empezar a contrarrestarlo:
una galería de retratos de científicas
y científicos guapos. Esta galería tiene la
ventaja de que se puede realizar de inmediato
y con muy poco dinero. Propongo que usemos
las paredes del elevador. Si sobra espacio,
siempre se puede rellenar con fotos de
Arturo Orta (tomadas por Arturo Orta, quise
decir).
La sala de fracasos, callejones sin salida y
supercherías (o sea, cherías muy grandes). Seamos
francos: los científicos también metemos
la pata, por increíble que parezca. El historiador
y filósofo de la ciencia Thomas Kuhn siempre
se quejaba del tono triunfalista de los libros
de texto de ciencia, que la presentan como un
camino recto hacia el nirvana racionalista,
como si ese camino no fuera más bien un jardín
de senderos que se bifurcan cual fractales
enloquecidos. La sala de fracasos, callejones
sin salida y supercherías sería una manera de
reconocer públicamente que también somos
humanos y de pedir perdón por nuestra arrogancia
insultante como de personaje de tragedia
griega. Para hacer esta sala aunque sea
medianamente representativa podríamos usar
temporalmente varias salas de Universum. Allí
podría estar Trofim Lysenko, biólogo oficial de
Stalin. Allí podrían estar los descubridores de
la fusión fría y de la memoria del agua. Allí
podría estar el menso ese de los ovnis. [Se llama
Jaime Maussán. Nota del editor.] Allí podría
estar yo…
Tengo más ideas, pero ya no caben en el
breve espacio que me concede El muégano
divulgador para compartir con ustedes el fruto
de mis cavilaciones. [¡Menos mal! N. del
editor.]

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