domingo, 28 de julio de 2013

Puntillosos y circunspectos (No. 13, agosto 2001)


En Estados Unidos está de moda desde hace más de 10 años el velar por no ofender con lo que se dice o se escribe a los representantes de ninguna raza, cultura, religión, orientación sexual, convicción política, creencia estúpida, superstición, defecto físico ni carencia intelectual. También se ha de tratar de que todo lo que se exprese lleve implícito el mensaje de que nadie ni nada es ni inferior ni superior a lo demás (sino todo lo contrario, me imagino yo) y que todo el mundo merece todas las oportunidades en toda circunstancia. Este afán totalizante de la magnanimidad igualitaria y abnegada es la vocación de ser, en inglés, politically correct, o PC.
         Quiero recomendar que los divulgadores de la ciencia adoptemos esta doctrina tan loable y moderna, pero antes de adoptarla hay que traducir el nombre. He descubierto que, al parecer, traducir es poner en un idioma lo que se ha dicho en otro, y no calcar servilmente palabra por palabra consultando el diccionario (¡quién lo hubiera creído!). De modo que, en vez de ufanarnos de ser “políticamente correctos” –que es un adefesio del tenor de “aplican restricciones”, hijo de la calca abyecta—, propongo, luego de muchas noches de insomnio, que nos exijamos ser “puntillosamente circunspectos”, que es más castizo y tiene la ventaja de conservar las siglas del original.
         Seamos, pues, PC. He aquí algunas sugerencias. Permítanme empezar por una cualquiera, que escojo al azar: en astrofísica hay un teorema que, en su versión más juguetona, dice que los agujeros negros “no tienen pelo”, con lo cual los astrofísicos quieren dar a entender que al formarse el agujero negro se borran muchas de las características distintivas del objeto a partir del cual se formó. La implicación injuriosa es que todos los calvos son iguales. En mi calidad de calvo vitalicio lo niego categóricamente. Sean Connery tiene un poquito más de sex appeal que Carlos Salinas de Gortari. Tampoco me parezco yo a Jorge Flores, ¿verdad que no? Proscribamos, por tanto, ese teorema vejatorio, si no de la ciencia, sí de la divulgación.
         Si no se debe ofender a los calvos, que somos ejemplos de fortaleza viril (tenemos más testosterona que el común de los mortales, aunque eso no quiere decir que éstos no tengan otras cualidades igual de loables), tampoco hay que ofender a los débiles. Para ser puntillosamente circunspectos recomiendo, pues, que no divulguemos la teoría de la evolución por selección natural, con su doctrina de que sólo sobreviven los más aptos. ¿De qué privilegios gozan los más aptos? ¿No tienen los mismos derechos los menos aptos y los inaptos? ¡Qué insoportable esnobismo! Si los biólogos quieren ser unos cochinos elitistas, allá ellos. Nosotros, los divulgadores comprometidos, no les vamos a seguir el juego.
         Así podemos seguir, escudriñando las ciencias para expurgarlas de toda referencia o implicación que nos parezca siquiera remotamente denigrante. Al final nos quedaremos con poca ciencia, sí, pero será una ciencia digna, igualitaria, democrática, comprometida, puntillosa y circunspecta, de la cual podamos enorgullecernos y la cual podamos divulgar con la conciencia tranquila de los justos que se saben, inconfesablemente, mejores que los demás.

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