En Estados Unidos está de moda
desde hace más de 10 años el velar por no ofender con lo que se dice o se
escribe a los representantes de ninguna raza, cultura, religión, orientación sexual,
convicción política, creencia estúpida, superstición, defecto físico ni
carencia intelectual. También se ha de tratar de que todo lo que se exprese
lleve implícito el mensaje de que nadie ni nada es ni inferior ni superior a lo
demás (sino todo lo contrario, me imagino yo) y que todo el mundo merece todas
las oportunidades en toda
circunstancia. Este afán totalizante de la magnanimidad igualitaria y abnegada
es la vocación de ser, en inglés, politically
correct, o PC.
Quiero
recomendar que los divulgadores de la ciencia adoptemos esta doctrina tan
loable y moderna, pero antes de adoptarla hay que traducir el nombre. He
descubierto que, al parecer, traducir
es poner en un idioma lo que se ha dicho en otro, y no calcar servilmente
palabra por palabra consultando el diccionario (¡quién lo hubiera creído!). De
modo que, en vez de ufanarnos de ser “políticamente correctos” –que es un
adefesio del tenor de “aplican restricciones”, hijo de la calca abyecta—,
propongo, luego de muchas noches de insomnio, que nos exijamos ser
“puntillosamente circunspectos”, que es más castizo y tiene la ventaja de
conservar las siglas del original.
Seamos,
pues, PC. He aquí algunas sugerencias. Permítanme empezar por una cualquiera,
que escojo al azar: en astrofísica hay un teorema que, en su versión más
juguetona, dice que los agujeros negros “no tienen pelo”, con lo cual los
astrofísicos quieren dar a entender que al formarse el agujero negro se borran
muchas de las características distintivas del objeto a partir del cual se formó.
La implicación injuriosa es que todos los calvos son iguales. En mi calidad de
calvo vitalicio lo niego categóricamente. Sean Connery tiene un poquito más de sex appeal que Carlos Salinas de
Gortari. Tampoco me parezco yo a Jorge Flores, ¿verdad que no? Proscribamos,
por tanto, ese teorema vejatorio, si no de la ciencia, sí de la divulgación.
Si
no se debe ofender a los calvos, que somos ejemplos de fortaleza viril (tenemos
más testosterona que el común de los mortales, aunque eso no quiere decir que
éstos no tengan otras cualidades igual de loables), tampoco hay que ofender a
los débiles. Para ser puntillosamente circunspectos recomiendo, pues, que no
divulguemos la teoría de la evolución por selección natural, con su doctrina de
que sólo sobreviven los más aptos. ¿De qué privilegios gozan los más aptos? ¿No
tienen los mismos derechos los menos aptos y los inaptos? ¡Qué insoportable
esnobismo! Si los biólogos quieren ser unos cochinos elitistas, allá ellos.
Nosotros, los divulgadores comprometidos, no les vamos a seguir el juego.
Así
podemos seguir, escudriñando las ciencias para expurgarlas de toda referencia o
implicación que nos parezca siquiera remotamente denigrante. Al final nos
quedaremos con poca ciencia, sí, pero será una ciencia digna, igualitaria,
democrática, comprometida, puntillosa y circunspecta, de la cual podamos
enorgullecernos y la cual podamos divulgar con la conciencia tranquila de los
justos que se saben, inconfesablemente, mejores que los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario