domingo, 28 de julio de 2013

Si el mundo fuera al revés (marzo 2008)


(Éste es el último texto que escribí para El muégano divulgador. El número correspondiente nunca apareció.)

“En mis ratos libres, después rascarme la panza y regocijarme con mis borborigmos, me gusta hacer un poco de investigación sobre gravedad cuántica”, dijo el célebre divulgador Diciembre Archundia en su discurso de aceptación del Premio Universitario para Divulgadores Mamertos. Junto con el cheque de 100,000 pesos, la universidad le entregó a Archundia la Medalla “Luis Estrada”, la Distinción “José de la Herrán” y la Presea “Julieta Fierro”, codiciados galardones que otorgaba la institución a sus divulgadores más distinguidos. “Considero que los divulgadores tenemos la obligación social de hacer un poquito de investigación científica los domingos, aunque no ganemos puntos con esa actividad menor, facilona y chabacana, digna de mentes de quinta”, añadió Archundia. Luego se fue de año sabático a París para recuperarse de la ceguera temporal que le causaron los flashes y los reflectores, así como para escapar del asedio de los medios de comunicación.
Su comentario causó resquemor en el mundillo de los investigadores científicos. Un polvorín: en eso se convirtieron los 70 metros cuadrados y pico que ocupaba el Programilla Experimental De Investigación Tecnocientífica Original, arrumbado en el sótano de la torre de 20 pisos del Institutazo de Divulgaciones Filosoficotas. El lugar ardía con la indignación raquítica de los físicos, químicos, matemáticos, biólogos, geólogos, astrónomos, inmunólogos, evolucionistas, historiadores, filósofos e ingenieros que ahí laboraban (bueno, “laboraban” quizá sea mucho decir…).
—¡No avanzamos! —bufó el físico Arnulfo Brambila, director del programilla, desde su minúsculo pupitre—. Se sigue pensando que los que nos dedicamos a la investigación somos divulgadores fracasados. ¡Qué cortedad de miras!
—Sí. Cada vez que publico en el Journal of Homotopy and Related Structures —dijo un matemático— me escribe algún divulgador para señalarme lo tonto que soy por no usar en mis papers el lenguaje de la divulgación.
Todos suspiraron. Era una comunidad de pobres diablos acostumbrados a las humillaciones. Hasta sus iniciales eran una vejación.
—Parece que el Fondo de Cultura Carísima va a lanzar una colección de libros de investigación. ¿Saben cuál es el único requisito para escribir en esa colección?
—¿Tener signos vitales? —preguntó, malicioso, Arnulfo.
—No: ¡pertenecer al Sistema Nacional de Divulgadores!
—Igual de restrictivo en lo tocante a destreza en investigación.
Se produjo otro suspiro colectivo, que bastó para elevar varios kelvins la temperatura del aire en las oficinas del PEDITO.
En su discurso Archundia también había dicho: “Los divulgadores no debemos dejar la investigación en manos de los investigadores. Es nuestro deber —noblesse oblige— guiarlos con mano afable pero firme por los caminos de la investigación, actividad facilona que sin embargo considero muy importante”. En ese momento le ganó la risa y no pudo seguir.
Al terminar Brambila de leer en voz alta estas palabras, se hizo un silencio de ultratumba en los 70 metros cuadrados y poco pico. La temperatura volvió a bajar los kelvins que había subido, y unos cuantos más. ¿Qué les impedía a los divulgadores, príncipes de la universidad, reconocer que la investigación era una profesión independiente y muy distinta de la suya?
—Se creen que esto lo hace cualquier idiota —volvió a bufar Arnulfo.
—Lo cual es falso: se requiere un idiota muy especial.
La apretujada concurrencia rió débilmente. Claro que no eran idiotas. ¿Cuál era, pues, su pecado?
—Es que los investigadores somos una comunidad muy poco integrada —ofreció un biólogo que se encontraba a dos metros de Arnulfo, o sea, del otro lado del cuarto.
—¿Poco integrada? Con estas oficinas al rato vamos a estar más integrados que el condensado de Bose-Einstein —replicó el físico Brambila, muy ufano de su bon mot.
Pero nadie entendió el chiste. Lo que demuestra que el biólogo tenía razón.

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