domingo, 28 de julio de 2013

¡Sólo fue un sueño! (No. 27, marzo-abril 2005)


El señor Tomkins, famoso personaje creado por el físico y divulgador George Gamow, se queda dormido en las conferencias de física. Por suerte sus sueños siempre lo transportan a mundos donde vive en carne propia los elevados conceptos expuestos en la conferencia. Escribo esto para contarles de mi reciente experiencia tomkinsiana.
         Hace poco vino a Universum un grupo de físicos encargados de organizar algunas de las actividades de divulgación con que se celebrará el Año Internacional de la Física en 2005. Venían en busca de savoir faire, propósito vano porque los físicos sabemos faire todo (lo cual no es de extrañar porque somos los que entendemos la mecánica cuántica, teoría fundamental que necesariamente está detrás de todo). En justicia, casi todos venían honestamente en busca de asesoramiento. Los que no, tenían ideas asombrosamente claras acerca de la correcta divulgación de la física. Querían que el público aprendiera física por medio de un laberinto del que no se les dejaría salir hasta que demostraran conocimientos satisfactorios. Querían enseñarle al público a pensar (porque, claro, el público no sabe pensar). Pretendían interesar al público con preguntas de física. En pocas palabras, concebían la divulgación de la física como una rama de la política penitenciaria. Oyéndolos exponer sus ideas, el sueño le ganó a la cortesía que me caracteriza y se me eclipsaron la conciencia y el decoro. Me quedé dormido, pues.
         Me encontré en un pasillo estrecho cuyos extremos remataban en sendos corredores perpendiculares. No tardé en descubrir que era un laberinto parecido a los que usan los científicos para observar el comportamiento de las ratas. Luego de recorrerlo por un tiempo me di cuenta de que no tenía salida.
         Cuando empezaba a perder la paciencia apareció en el muro una puerta. La custodiaba una física de bata blanca que con una expresión de dulzura tensa (que recordaba un poco la mirada de Chucky, el muñeco asesino) me preguntó:
         --¿Qué dice la primera ley de Newton?
         Desde el otro lado de la puerta llegaba un olor a viandas deliciosas. Me gruñía el estómago.
         --“En ausencia de fuerzas externas, todo cuerpo en estado de reposo/movimiento rectilíneo uniforme tiende a permanecer en reposo/movimiento rectilíneo uniforme” –recité, añadiendo las diagonales para ahorrar tiempo.
         --Muy bien. Pase, por favor
         Fue fácil. Me di un atracón y seguí recorriendo los pasillos. Pasé sin dificultad varias puertas en las que me preguntaron las otras leyes de Newton, las de Kepler y hasta los postulados de la teoría especial de la relatividad. Cuando el hambre apretaba de nuevo apareció otra puerta. La misma física de bata de antes me espetó:
         --La segunda ley de la termodinámica, por favor.
         --“Nada es gratis en este mundo matraca” –dije para hacerme el gracioso.
         --Je, je—dijo dulcemente la mujer—. No. Yo le estoy pidiendo la segunda ley de la termodinámica en las formulaciones de Kelvin-Planck y de Clausius. Y demuestre que son equivalentes.
         El intestino me gruñó en protesta.
         --¿Y bien? –dijo Chucky en tono melifluo.
         Al final tuve que conceder:
         --No puedo.
         Las luces se apagaron. Se oyó un trueno. Chucky adquirió dimensiones titánicas (además de que se le saltaron los ojos y le salieron colmillos sangrientos, pequeño detalle). La cabeza me daba vueltas, pero literalmente, como a la niña del exorcista. Una cacofonía de voces atronadoras decían al mismo tiempo (las muy maleducadas):
         --No saldrás de aquí hasta que sepas física.
         --Aquí te vamos a enseñar a pensar.
         --Para poner el tejado hay que empezar por los cimientos
         --Hay que atrapar al público.
         --Obligarlos a pasar por un laberinto hasta que aprendan.
         --Como las ratas.
         --Idiota, idiota, idiota, idiota...
         --(¡Mamá!)
         (La última voz fue mía.)
         Y cuando desperté, los físicos ya no estaban ahí.


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