El señor Tomkins, famoso personaje
creado por el físico y divulgador George Gamow, se queda dormido en las
conferencias de física. Por suerte sus sueños siempre lo transportan a mundos
donde vive en carne propia los elevados conceptos expuestos en la conferencia.
Escribo esto para contarles de mi reciente experiencia tomkinsiana.
Hace
poco vino a Universum un grupo de físicos encargados de organizar algunas de
las actividades de divulgación con que se celebrará el Año Internacional de la
Física en 2005. Venían en busca de savoir
faire, propósito vano porque los físicos sabemos faire todo (lo cual no es de extrañar porque somos los que
entendemos la mecánica cuántica, teoría fundamental que necesariamente está
detrás de todo). En justicia, casi todos venían honestamente en busca de
asesoramiento. Los que no, tenían ideas asombrosamente claras acerca de la
correcta divulgación de la física. Querían que el público aprendiera física por
medio de un laberinto del que no se les dejaría salir hasta que demostraran
conocimientos satisfactorios. Querían enseñarle al público a pensar (porque, claro, el público no
sabe pensar). Pretendían interesar al público con preguntas de física. En pocas
palabras, concebían la divulgación de la física como una rama de la política
penitenciaria. Oyéndolos exponer sus ideas, el sueño le ganó a la cortesía que
me caracteriza y se me eclipsaron la conciencia y el decoro. Me quedé dormido,
pues.
Me
encontré en un pasillo estrecho cuyos extremos remataban en sendos corredores
perpendiculares. No tardé en descubrir que era un laberinto parecido a los que
usan los científicos para observar el comportamiento de las ratas. Luego de
recorrerlo por un tiempo me di cuenta de que no tenía salida.
Cuando
empezaba a perder la paciencia apareció en el muro una puerta. La custodiaba
una física de bata blanca que con una expresión de dulzura tensa (que recordaba
un poco la mirada de Chucky, el muñeco asesino) me preguntó:
--¿Qué
dice la primera ley de Newton?
Desde
el otro lado de la puerta llegaba un olor a viandas deliciosas. Me gruñía el
estómago.
--“En
ausencia de fuerzas externas, todo cuerpo en estado de reposo/movimiento
rectilíneo uniforme tiende a permanecer en reposo/movimiento rectilíneo
uniforme” –recité, añadiendo las diagonales para ahorrar tiempo.
--Muy
bien. Pase, por favor
Fue
fácil. Me di un atracón y seguí recorriendo los pasillos. Pasé sin dificultad
varias puertas en las que me preguntaron las otras leyes de Newton, las de
Kepler y hasta los postulados de la teoría especial de la relatividad. Cuando
el hambre apretaba de nuevo apareció otra puerta. La misma física de bata de
antes me espetó:
--La
segunda ley de la termodinámica, por favor.
--“Nada
es gratis en este mundo matraca” –dije para hacerme el gracioso.
--Je,
je—dijo dulcemente la mujer—. No. Yo le estoy pidiendo la segunda ley de la
termodinámica en las formulaciones de Kelvin-Planck y de Clausius. Y demuestre
que son equivalentes.
El
intestino me gruñó en protesta.
--¿Y
bien? –dijo Chucky en tono melifluo.
Al
final tuve que conceder:
--No
puedo.
Las
luces se apagaron. Se oyó un trueno. Chucky adquirió dimensiones titánicas
(además de que se le saltaron los ojos y le salieron colmillos sangrientos, pequeño
detalle). La cabeza me daba vueltas, pero literalmente, como a la niña del
exorcista. Una cacofonía de voces atronadoras decían al mismo tiempo (las muy
maleducadas):
--No
saldrás de aquí hasta que sepas física.
--Aquí
te vamos a enseñar a pensar.
--Para
poner el tejado hay que empezar por los cimientos
--Hay
que atrapar al público.
--Obligarlos
a pasar por un laberinto hasta que aprendan.
--Como
las ratas.
--Idiota,
idiota, idiota, idiota...
--(¡Mamá!)
(La
última voz fue mía.)
Y
cuando desperté, los físicos ya no estaban ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario