domingo, 28 de julio de 2013

Sólo lo hacemos por dinero (No. 29, julio-septiembre 2005)


Algunos colegas, al parecer, piensan que los divulgadores que escribimos libros nos hinchamos de dinero como magnates de la televisión. Es verdad. Recuerdo que cuando salí de la prepa pensé: “¿qué estudiaré?” Quería una carrera en la que se ganara bien para vivir en la opulencia. De inmediato me decidí por la física, desechando por mal remuneradas (en comparación) las carreras de banquero, futbolista y presidente priísta. Todo era parte de un astuto plan: “cuando obtenga mi título de físico”, me dije calculadoramente, “¡puedo dedicarme a escribir libros de divulgación y entonces sí…!” Dicho esto, solté una risotada de esas que sólo se oyen en los castillos de los Cárpatos. En eso retumbó un trueno que me dio un susto que casi me mata.
Es bien sabido que en México publicar libros, especialmente de ciencias, es una fuente segura de riqueza, por eso los que escribimos ganamos más. Pero confesemos que todos, no sólo los que escribimos, estamos en esto de la divulgación por dinero. El amor a la profesión está bien para los narcotraficantes y los políticos, esos soñadores incorregibles. En nuestro gremio hay que ser pragmáticos. Nos gusta la lana y la ganamos a raudales.
Al mismo tiempo, no podemos permitir que se nos note. No está bien visto. Es muy difícil para los que ganamos tanto no presumir, pero hay que evitarlo. He aquí algunos consejos que los divulgadores podemos poner en práctica para disimular que nadamos en plata:

1) Resistan la tentación de comprarse coches de lujo, pagar la renta a tiempo y no tener deudas
2) Nunca digan en una reunión con gente de otras profesiones “mi tiempo vale más que el de todos ustedes”. Claro que es verdad, pero la gente se lo puede tomar a mal. Éste es un error que le oí cometer alguna vez a un físico en una junta de trabajo (aunque en su descargo me apresuro a añadir que lo que pasa es que venía borracho). La cosa no es grave tratándose de un físico, al que jamás se le creería semejante afirmación, pero en el caso de un divulgador sí. De modo que à éviter
3) Si escribes libros (y por lo tanto ganas por regalías anuales lo equivalente al presupuesto del principado de Liechtenstein para los próximos diez años, como yo) trata de no reununciar a tu trabajo en una universidad, un museo, una secundaria. Si no vas todos los días a una oficina, el prójimo podría adivinar tu secreto desahogo económico
4) Eviten ir de compras a Houston
5) Si no pueden evitarlo, vayan, pero no vuelen en primera clase
6) El punto 5 sólo se aplica a los que no tienen avión propio.

Es urgente poner en práctica estas medidas antes de que cunda nuestra fama de codiciosos. Ya hay señales inquietantes. El otro día en el congreso un diputado propuso aumentar los sueldos de los legisladores. Naturalemente, hubo una rechifla general, pero lo peor de todo es que los diputados del PRI, los más ofendidos, le gritaron: “¡Ya pareces divulgador de la ciencia!”
Yo, para disimular aun más, he decidido donar una parte de mis regalías (con el 0.01 % creo que bastará) al Teletón, al padre Chinchachoma y a la Cruz Roja. Para que la cuantía de nuestros salarios y regalías, así como nuestra codicia, no se vuelvan motivo de chiste entre el resto de la sociedad, les ofrezco estos consejos desinteresadamente. Eso sí: si los siguen, tendrán que pagarme regalías.

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