Algunos colegas, al parecer,
piensan que los divulgadores que escribimos libros nos hinchamos de dinero como
magnates de la televisión. Es verdad. Recuerdo que cuando salí de la prepa
pensé: “¿qué estudiaré?” Quería una carrera en la que se ganara bien para vivir
en la opulencia. De inmediato me decidí por la física, desechando por mal
remuneradas (en comparación) las carreras de banquero, futbolista y presidente
priísta. Todo era parte de un astuto plan: “cuando obtenga mi título de
físico”, me dije calculadoramente, “¡puedo dedicarme a escribir libros de
divulgación y entonces sí…!” Dicho esto, solté una risotada de esas que sólo se
oyen en los castillos de los Cárpatos. En eso retumbó un trueno que me dio un
susto que casi me mata.
Es bien sabido
que en México publicar libros, especialmente de ciencias, es una fuente segura
de riqueza, por eso los que escribimos ganamos más. Pero confesemos que todos,
no sólo los que escribimos, estamos en esto de la divulgación por dinero. El
amor a la profesión está bien para los narcotraficantes y los políticos, esos
soñadores incorregibles. En nuestro gremio hay que ser pragmáticos. Nos gusta
la lana y la ganamos a raudales.
Al mismo tiempo,
no podemos permitir que se nos note. No está bien visto. Es muy difícil para los
que ganamos tanto no presumir, pero hay que evitarlo. He aquí algunos consejos
que los divulgadores podemos poner en práctica para disimular que nadamos en
plata:
1) Resistan la tentación de
comprarse coches de lujo, pagar la renta a tiempo y no tener deudas
2) Nunca digan en una reunión con
gente de otras profesiones “mi tiempo vale más que el de todos ustedes”. Claro
que es verdad, pero la gente se lo puede tomar a mal. Éste es un error que le
oí cometer alguna vez a un físico en una junta de trabajo (aunque en su
descargo me apresuro a añadir que lo que pasa es que venía borracho). La cosa
no es grave tratándose de un físico, al que jamás se le creería semejante
afirmación, pero en el caso de un divulgador sí. De modo que à éviter
3) Si escribes libros (y por lo
tanto ganas por regalías anuales lo equivalente al presupuesto del principado
de Liechtenstein para los próximos diez años, como yo) trata de no reununciar a
tu trabajo en una universidad, un museo, una secundaria. Si no vas todos los
días a una oficina, el prójimo podría adivinar tu secreto desahogo económico
4) Eviten ir de compras a Houston
5) Si no pueden evitarlo, vayan,
pero no vuelen en primera clase
6) El punto 5 sólo se aplica a los
que no tienen avión propio.
Es urgente poner
en práctica estas medidas antes de que cunda nuestra fama de codiciosos. Ya hay
señales inquietantes. El otro día en el congreso un diputado propuso aumentar
los sueldos de los legisladores. Naturalemente, hubo una rechifla general, pero
lo peor de todo es que los diputados del PRI, los más ofendidos, le gritaron:
“¡Ya pareces divulgador de la ciencia!”
Yo, para
disimular aun más, he decidido donar una parte de mis regalías (con el 0.01 %
creo que bastará) al Teletón, al padre Chinchachoma y a la Cruz Roja. Para que
la cuantía de nuestros salarios y regalías, así como nuestra codicia, no se
vuelvan motivo de chiste entre el resto de la sociedad, les ofrezco estos
consejos desinteresadamente. Eso sí: si los siguen, tendrán que pagarme
regalías.
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