Es una lástima que en la Facultad
de Ciencias se concentren tanto en enseñarnos física, biología y matemáticas,
que dejen de lado ese aspecto tan importante de la vida que es la promoción.
¿Cómo quieren que reditúen las actividades científicas y de divulgación si no
nos dan elementos para, además de hacerlas, venderlas? Por culpa de ese defecto
en mi formación me he tardado un poquito en cumplir un encargo que me hizo
Julia Tagüeña en mayo de 2000: inventar para Universum un slogan
memorable y eficaz.
Ahora que mi
desempeño se evaluará según haya yo cumplido mis encargos esta laguna de mi
educación me pesa en el alma. Para ponerle remedio he decidido estudiar
detenidamente los anuncios del Periférico. Así, de paso, saco provecho de las
tres horas de coche que me soplo todos los días. ¡Qué eficiencia!
Permítanme
compartir con ustedes mis reflexiones, como siempre.
En la
divulgación de la ciencia tenemos suerte porque, a diferencia de lo que ocurre
en la farándula, no hay que ser guapo para vender mucho. ¡Menos mal! ¿Qué
esperanzas tendríamos si no de vender ni un cacahuate, díganme ustedes?
Si uno escribe
libros, por ejemplo, se ha demostrado que lo que más ayuda es estar en silla de
ruedas. Que el libro sea bueno o no es lo de menos. Siempre sirve también
recurrir al poder mágico de la numerología: si uno puede relacionar, digamos,
su fecha de nacimiento con la de algún personaje, no hay que dudar. Yo ya sé lo
que voy a decir cuando me lance al estrellato divulgativo: “El señor de Régules
nació exactamente 400 años y un día después de Galileo, padre de la ciencia
moderna y divulgador de no malos bigotes”, y que el público saque sus propias
conclusiones. Si luego sale a la luz que mi relación numerológica con Galileo
no es estrictamente cierta, porque cuando éste tenía 18 años un papa le rebanó
11 días al calendario y las fechas quedaron hechas un desbarajuste, siempre
puedo alegar que yo nunca dije nada.
De tanto en
tanto hay que romperse un pie para sumar el factor “¡ay, pobrecito!” a nuestros
afanes propagandísticos, pero si aspira uno no sólo al éxito económico, sino a
la fama y el respeto de sus semejantes, aunque no sea evidente por qué habría
uno de merecérselos, entonces lo mejor es morirse, de preferencia asesinado.
Miren a Selena y a Colosio. ¡Héroes nacionales! Este método, empero, tiene
ciertas desventajas que podemos examinar en otra ocasión (o consúltese mi artículo (en prensa) “Deletereous influence of death
on your scientific productivity”).
En cuanto a la
publicidad de Universum, se me ocurre
que podríamos calcar los ingeniosísimos anuncios del Palacio, que a todos nos
gustan tanto. “Si me preguntas la masa del universo, preferiría decirte su
edad”, podríamos poner en un anuncio. O: “Ningún hombre sabe la respuesta
correcta a ‘¿hay vida en otros planetas?’ y ‘¿cómo se originó la vida en la
Tierra?’”. O aún: “¿Quién es más ignorante, la que visita Universum o la que cree que ya sabe ciencias?” También podríamos
emplear un ardid muy antiguo que consiste en afirmar que las cosas mejorarían
si se usara el producto que uno vende: “Si los dinosaurios hubieran venido a Universum, no se habrían extinguido”.
Ahí tienen unas
cuantas ideas. Entre tanto, sigo pensando. Espero que mi jefa directa esté muy
contenta con mis sugerencias, porque al parecer su opinión es un factor de peso
en la evaluación de mi desempeño a fin de año. Seguro que me va a ir muy bien…
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