Interrumpo todas mis actividades
para traerles, colegas amados, una buena nueva. Y no es poco lo que interrumpo:
pendientes añejos que estaba por ponerme a despachar, mi segundo café de la
mañana, mi beauty rest… La buena
nueva, empero, lo amerita.
Una
canción que oí hace poco en un balneario morelense de medio pelo dice “que
levante la mano quien no sufrió por amor, que levante la mano quien no lloró
algún adiós”. Hago mío el espíritu (aunque no el ripio) de este inspirado autor
y parafraseo: que levante la mano quien no dudó, aunque sea secretamente, de su
inteligencia. No se preocupen, no los voy a contar ni nada. A decir verdad,
sólo un tonto levantaría la mano. Permanezcan pues los inseguros en el
anonimato y aprovechen la buena nueva que les traigo.
¿Creíste
que no eras listo porque no entendías las matemáticas, la física, la química y
la biología? ¿Se te agravó el complejo porque en realidad tampoco te enterabas
en historia, filosofía, gramática, literatura, relaciones humanas, política,
recetas de cocina ni trutrú? ¿Te pensaste tonto sin remedio sólo porque todos
tus discursos empiezan con “bueno, pus” y no puedes hilar más de dos palabras
sin rebuznar?
En otras
palabras, ¿te sentiste tonto sólo por no ser inteligente?
Pues alégrate,
porque resulta que ya no hay un solo tipo de inteligencia, sino siete, ocho o
nueve, según a qué gurú de las inteligencias múltiples te acojas. Con esta
abundancia la inteligencia puede, por primera vez, repartirse democráticamente,
como las tierras en la reforma agraria. Qué bueno, porque si algo se le pide a
un buen divulgador de la ciencia es un mínimo de inteligencia. ¿No se te dan
las disciplinas académicas? Quizá tu inteligencia sea emocional. También hay
inteligencia interpersonal, intrapersonal, musical (de ésta muy poca), y ya de
plano para el que sólo puede jactarse de caminar sin tropezarse con sus
agujetas, inteligencia corporal.
Pero no basta,
compañeros. Aún estamos dejando fuera del gran tren de la inteligencia a un
buen número de congéneres y eso no es justo. Para enderezar el entuerto yo
propongo un nuevo tipo de inteligencia (la octava, novena o décima, según): la
inteligencia vegetal. “Claro que Fulano es inteligente”, podremos ahora decir
de un colega tonto como una lechuga, “pero su inteligencia es vegetal”. La
hortaliza en cuestión se sentirá muy revaluada, y quien sabe, quizá, en un
esfuerzo heróico de fitosuperación, hasta se ponga a aprender a hacer la
fotosíntesis para contribuir, al menos, a la oxigenación del planeta.
Luego de
familiarizarme con el tema para traerles mis reflexiones sólo me inquieta esta
observación: los gurúes de las inteligencias múltiples no mencionan siquiera el
mismísimo tipo de inteligencia que los ha convertido en gurúes, además de
millonarios: la inteligencia mercantil…
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