domingo, 28 de julio de 2013

Yo, director (No. 34, septiembre-diciembre 2006)


Soñé que era el año 2020. Sentado ante mi espacioso escritorio con la computadora más moderna frente a mí (un verdadero Ferrari), me disponía a iniciar mi primer día como director general de divulgación de la ciencia de la UNAM, cargo que en mi alocada juventud me había jurado jamás ocupar por más que me suplicaran y rogaran. Por descontado, claro está, que alguien me rogaría y suplicaría. (“Denme por muerto”, me había yo dicho frente a un espejo, para ir practicando.)
Es temprano. Miro por mi amplia ventana. ¡Ah, qué vista! Miro por mi otra amplia ventana. Suspiro de placer. Pasa el tiempo. Tamborileo con las dos manos en el escritorio.
            —Ah, tralalala… —se me ocurre decirme a mí mismo—. Bien, bien.
            Luego, al cabo de unos segundos:
            —Vaya, vaya…
            Tomo mi primera acción como director general. Aprieto un botón y digo:
            —Lolita querida, ¿te sería muy molesto prepararme un cafecito?
            Esa primera  acción es también mi primer paso en falso como director general.
            —Ay, Serguéi, no seas latoso. Prepáratelo tú.
            Ah, tralalala. Eso es lo malo de que lo conozcan a uno desde chiquito. Salgo y me preparo el café. De paso le preparo otro a Lolita. Siempre le he tenido mucho cariño y un poquito de miedo por ser el brazo derecho del director general. Todavía recuerdo la sensación de terror cuando, a las diez de la mañana, estando yo todavía en la cama, me sonaba el celular y la voz de Lolita me decía en tono melífluo: “Serguéi, te está buscando la doctora Tagüeña. ¿Dónde andas?”
            El sueño continúa. Recibo una llamada de la rectora de la UNAM.
            —Hola, Julia. ¿Para qué soy bueno?
            Por suerte, Julia decide no contestar esa pregunta específica y en cambio ir al grano: resulta que unos científicos de la universidad han descubierto una comunidad de mamíferos subterráneos con una organización social igualita a la del PAN y el PRD.
            —Son una especie de ratas repugnantes —completa Julia—. Quiero que Universum haga una exposición sobre el tema. Les doy una semana.
            Como todavía estoy mareado por la emoción de haber recibido mi primera instrucción rectorial, no me queda claro si los científicos de la universidad son unos mamíferos repugnantes o si las ratas quieren hacer una exposición sobre el PAN y el PRD. (El interés de las ratas en los políticos mexicanos, por otro lado, no me extraña: es la atracción de las almas gemelas.) Le suplico a Lolita que me explique qué quiso decir la rectora.
            Luego viene un reportero a entrevistarme. Ah, qué bien, poder hablar de ciencia y de nada más que ciencia toda la mañana.
            —¿Qué opina de las declaraciones del presidente?
            No leí el periódico hoy y no tengo ni idea de qué pudo haber dicho el presidente, pero soy director general. Noblesse oblige. Tengo que contestar algo. Un político hábil hubiera esquivado la pregunta al olerse la trampa. Yo, en cambio, me paso toda la mañana opinando fuera de la bacinica. A la madrugada siguiente, poco después de salir de prensa los periódicos, suena el teléfono en château de Régules.
            —Serguéi, te está buscando la doctora Tagüeña. ¿Dónde andas?
            Ay, ¿qué le habré dicho al reportero? Seguramente metí la pata. Presa del terror añejo, trato de levantarme pero me enredo en las sábanas…y despierto, jadeante y despeinado, en 2006.
Nunca jamás, me juro solemnemente. A mí denme por muerto.

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